miércoles, 24 de abril de 2013

Ego, descripción gráfica

Reuso, moda de antes y de ahora

Soy lectora entusiasta de la revista Algarabía, aquella que surgiera unos cuantos años atrás buscando romper esquemas como si hubieran apostado "a que rompemos el cliché de que los mexicanos no gustan de las lecturas cultas". Bien, pues en esta ocasión me encontré con el espacio de la lingüista María del Pilar Montes de Oca Sicilia, "Malediciencias", quien toca un punto que recientemente platicamos en este blog, sobre cómo hemos dejado de lado la producción casera de artículos de uso cotidiano (desde ropa hasta limpiadores) a través de "recetas de la abuela" para dar paso a un consumismo exacerbado que, afortunadamente, de forma paulatina está tendiendo a su desaparición para dar paso de nuevo a la creatividad, el ahorro económico, el reuso de productos y, con ello, el cuidado ambiental. He de confesar que soy fan desde niña de esta forma de vida, porque mi papá es un genio para encontrarle tres pies al gato y siempre nos sorprendía con sus "inventos", dispositivos que hacían la vida más fácil y cuya materia prima eran objetos del hogar, esos comunes que ya no usábamos o que sobraban o que se descomponían. Les dejo este texto anti-obsolescencia programada (cabe decir que me identifico un montón con el tema de la ropa). Los avatares de mi guardarropa Vengo de una familia pequeño burguesa. Yo misma soy un ejemplo de la pequeña burguesía en el sentido marxista. Por mi lado materno, mi familia viene del exilio: tuvo que salir de una posición acomodada en una pequeña isla de las Canarias para venir a «hacer la América». Por mi lado paterno, mi abuela tuvo que trabajar desde joven, al ser prácticamente abandonada por su marido cuando mi padre era muy chico; y por mi otra familia paterna —la que adoptó a mi padre—, mi abuelo era un abogado de una buena familia, quizás venida a menos, que tenía que trabajar para mantener a sus nueve hijos. En fin, no seguiré porque ese no es el tema de este artículo. Lo que quiero hacer notar con esto no es la historia de mi familia, sino el origen de mi carácter, de mi idiosincrasia y de mi forma de ser. Mi madre nos educó a sus tres vástagos en una «economía de guerra», claro. Porque aunque ella misma nunca padeció penurias, y mi padre ya era médico y ejercía, sí venía de toda una tradición de ahorro, de templanza, de prudencia y de decoro, en la que no sólo la ostentación, el lujo y el derroche son mal vistos, sino también el no aprovechar al máximo cualquier recurso. Además, cuando mi madre era niña y jovencita, la ropa no era producida ni masiva ni globalmente. Las cosas no venían de China ni mucho menos. No existían las marcas, los objetos se reparaban, los calcetines se zurcían, muchas prendas se mandaban a hacer o a arreglar, había «ropa de diario», «ropa de entrecasa» y «ropa para salir», incluyendo los vestidos de domingo. En fin, era un mundo completamente distinto al que hoy vivimos. Cuando yo era niña, siendo los años 70, empezaba a haber algunas marcas, pero ninguna global. La gente —alguna, la pudiente— podía viajar a ee. uu. a comprarse ropa y cosas que, por cierto, eran radicalmente distintas a las de México, sobre todo a principios de los 80, cuando las importaciones estaban incluso prohibidas. Todas las niñas y los jóvenes de la época usábamos la misma ropa y, además, la repetíamos mucho —muy pocas podríamos hablar de un extenso guardarropa—. Tiempo después, llegaría Zara, con su moda hecha en Taiwán; y, después de ésta, otras marcas, lo que cambió radicalmente el panorama. Por otro lado, y de la otra cara de la moneda, a mí me gusta mucho la moda —creo que este gusto también lo heredé—. Me acuerdo de las mujeres de mi familia materna hablando de moda. Ellas sabían, cosían, bordaban, tenían modistas que les confeccionaban prendas —no muchas, no excesivas, pero de buen gusto, de buenas telas, de calidad—. Mi madre, además, sabe mucho de telas porque trabajó muchos años con el señor Junco. Y a mí la moda me gusta no sólo por eso, sino porque me gustan las formas, los colores, las texturas y cambiar: cambiar según el humor, el día, el clima, el estado de ánimo, la actividad a realizar, etcétera. Además, suelo ver revistas; no sólo verlas: estudiarlas, ver lo que surge, lo que hay. Me gustan las combinaciones, las ideas novedosas. No sé exactamente qué, pero me gusta la moda, y mucho. Sin embargo —ya ustedes se imaginarán a dónde voy con todo lo que les he contado—, no estoy dispuesta a gastar mucho dinero en ella. De hecho, en general, me parece —y creo que lo es— excesivo el costo de cualquier prenda; de un pedazo de tela —sintética o natural— que, la mayor parte de las veces, está confeccionado por individuos a costa de su miseria, su salud y no sé qué más, que prefiero no pensar en ello o acabaría suicidándome. Pues bien, ahora tengo que hacer otra acotación: soy una persona de signo zodiacal virgo —para los que creen en eso—. No sé si esto es cierto, pero se dice que los virgo somos perfeccionistas y obsesivos. Quizá por eso —será inconsciente colectivo— o por lo que sea, pero sí lo soy, y tengo una obsesión por la limpieza y el orden y, sobre todo, por el minimalismo. Me gusta que todo se vea limpio y ordenado y, principalmente, que NO haya muchas cosas, que haya espacio, que todo se vea medio vacío. Si me apuran, podría decir que odio los objetos en sí mismos. Cito siempre un par de frases de Borges: «Los objetos sólo pueden interesar en función de los hombres», y otra que le atribuye a Cansinos Assens: «Es tan triste el amor a las cosas, porque las cosas no saben que uno existe. Una persona colecciona joyas o libros, pero está sola». Yo pienso igual y por eso no me gusta coleccionar nada. No me gustan los objetos. Hallo gran placer en acabarme un tarro de crema y reciclarlo, o en vaciar cajones y regalar cosas, sobre todo… ropa. A todo esto se une el hecho de que mi armario o clóset es suficientemente grande —tiene varios cajones y espacios para colgar, pero no es ni un vestidor ni un cuarto con repisas como esos de las revistas, ni mucho menos—, más bien es reducido en comparación con aquellos —sin que tenga que hacerse tal comparación—. Vamos: es un clóset muy decente y —eso sí— muy acomodado, pero nada más. Y con esto quiero decir que no le cabe un gran número de prendas ni de zapatos ni nada, sino un número limitado y, más bien, pobre para los estándares actuales y de mucha gente que conozco. Aclarados todos estos puntos, me dispongo, ahora sí y por fin, a hablar de lo que da título a este articulito: de los avatares de mi guardarropa, que, con todo lo anterior, ustedes se podrán imaginar hasta qué punto lo son. Y por avatar no me refiero a encarnaciones, sino a las fases, cambios y vicisitudes del mismo. Generalmente, y cuando puedo y de acuerdo con mi presupuesto, me doy la venia y compro algo de ropa, basada en algo que necesito o creo necesitar —una blusa blanca, por ejemplo. Llego a la boutique, tienda departamental o tienda en cuestión y veo varias. Si es cara, no la compro, por todo lo que ya he aclarado; si es muy barata, tampoco, porque dudo de su calidad. Escojo algo que me parezca decente en cuanto al precio y a la calidad. Me la pruebo de prisas y mal, porque nunca tengo tiempo de «ir de compras» como tal, sino que lo hago en una escapadita, quitándole tiempo al trabajo, cuando se puede, o a mis tareas domésticas; o si estoy de viaje, al paseo, ante la mirada inquisidora y de hartazgo de mi marido. En el ínter, y mientras estoy en la tienda, voy comprando o escogiendo varias prendas que me gustan de bote pronto, porque soy de ojo alegre y, evidentemente, no las necesito. Llego a mi casa y pueden pasar dos cosas: una, que no me quede y la tenga que cambiar o regalar, y dos, que la use y luego no me acabe de convencer y, al final, la termine regalando. Como ya dije, el espacio que tengo para guardar ropa es reducido; por lo tanto, una nueva prenda en mi mente y en mi realidad debe siempre sustituir a otra, la cual pasa a una bolsa grande para cambiar de dueño, a manos de gente que sé que le va a gustar. Pero este ciclo acaba por ser muy frecuente: prendas nuevas que no necesito y que sustituyen a otras que aún están muy nuevas, que se van reciclando y que luego me arrepiento de haber regalado, lo mismo que me arrepiento de haberlas comprado. A esta marea se unen los periodos en los que siento que soy una coda, que está bien que no crea y desprecie las marcas —Gucci, Louis Vuitton, Chanel y todas esas—, pero que ya tengo edad y condición de comprar cosas decentes y de calidad. Y, entonces, busco algunas que no tengan una marca muy expuesta o muy cara y redundante, y termino por sentir que son carísimas y que, al comprarlas, estoy cometiendo una acto de suma avaricia. Cuando llego a mi casa, sobra decir, las quiero regresar. Por los periodos que tengo de frugalidad, en los que siento que todo es superfluo, innecesario y que soy una materialista de lo peor —recuerden que estudié en la Facultad de Filosofía y Letras— y que es obscena la cantidad de ropa que tengo, acabo vaciando cajones, perchas y repisas, y llenando aquella bolsa para regalarla lo más pronto posible. Con gran alivio y un suspiro, siento que mi clóset está ahora más vacío y que estoy haciendo lo correcto. Asimismo, no tengo ningún tipo de estrategia correcta; compro cosas muy repetidas y no tengo otras que podrían considerarse indispensables a mi edad y en mi condición. Por ejemplo, no tengo un vestido de noche decente, pero tengo, por lo menos, 10 faldas negras de cualquier largo y textura, otro tanto de blusas blancas y como 20 jeans. Y, como soy obsesiva, a veces voy a un almacén a comprar el dichoso vestido de noche… y salgo con unos jeans. Además hay cosas —zapatos, playeras, lentes— que igual me costaron una bicoca, pero que uso hasta el cansancio, hasta que están roídas o rotas, y otras que, aunque más caras, nunca uso y se van intactas a la bolsa de regalo. Muchas veces, regresando de una compra, paso la noche en vela pensando en lo inútil de la prenda adquirida o de lo fea que está —¿cómo puedo tener tan mal gusto?—, y me convenzo de que, al día siguiente, voy a regresar todo. A la mañana, despierto, ya no lo veo tan mal y acabo regresando sólo la mitad de lo que me compré. Hay otras veces que veo el clóset vacío y les digo a mis amigas que no tengo nada que ponerme. O voy a un evento o coctel, veo lo que traen las demás y digo que necesito renovar mi guardarropa. Y así, otra vez, vuelve la burra al trigo, y el ciclo vuelve a empezar.

domingo, 21 de abril de 2013

La ballenas que unieron al mundo

Una historia real protagonizada por dos ballenas adultas y un ballenato, ocurrida a finales de la década de los 80, en plena Guerra Fría, fue llevada al cine en 2012 bajo la dirección de Ken Kwapis con el título en México de "Una gran esperanza" (Big Miracle, basada en el libro "Freeing the whales de Tom Rose", con Drew Barrymore y John Krasinski), resultando en una historia emotiva que narra el esfuerzo global para rescatar a esta familia de cetáceos, que se encontraba atrapada bajo una gruesa capa de hielo. Los grandes mamíferos, bautizados como Pedro, Vilma y Bam-Bam (porque el bebé era macho) se había extraviado en su camino hacia México, presuntamente porque el ballenato se distrajo y los padres o hermanos mayores (se especulan ambas opciones) lo siguieron para cuidarlo. Estaban a 480 km de mar abierto y el hielo bajo el cual quedaron atrapados tenía 8 km de espesor, por lo que era virtualmente imposible romperlo y tuvieron que respirar a través de un pequeño agujero. Esto sucedió en Point Barrow, Alaska. Muy cerca de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Los soviéticos, por su condición geográfica/climática y por su tecnología de punta que hacía temblar a la poderosa nación norteamericana, poseían imponentes rompehielos. Cada hora que pasara era una hora de debilidad para los tres individuos de ballena gris. Los mal llamados "esquimales" (el término correcto es "inuit"), expertos en cetáceos, vaticinaron escasos días de vida aun con las reservas de grasa corporal y considerando su poca movilidad. No había cabida para trámites burocráticos, la acción urgente era requerida. Bill Hess, fotógrafo, quien estuvo ahí antes de que llegara la ola de investigadores, la Guardia Nacional, los expertos rusos y sus colegas informadores, y cuyo libro, Gift of the Whale, asegura, fue la “Biblia” para la realización de esta cinta, y el personaje central, un reportero de la cadena NBC (John Krasinski), está basado en él. Hess cuenta que, diferencia de la película, donde los inuit vieron una oportunidad de oro para proceder a la caza de estos singulares "Picapiedra" y también contra ellos se debía “luchar” con el fin de salvar a los animales, la realidad es que en ningún momento los nativos tuvieron tal intención, ya que ellos sobreviven por el consumo de ballena franca. Era raro, muy raro, el que ballenas grises estuvieran en esa región. Hess hace énfasis en que los inuit mantienen tal respeto por el equilibrio de la vida que no cazan lo que no es necesario, y en ese momento no había problemas de desabasto en el pueblo. De hecho, fueron los pobladores quienes realizaron los primeros intentos por rescatar a las ballenas y agrandaron el primer agujero, además de crear otros hoyos en el hielo, mediante las técnicas y herramientas convencionales en su cultura. Todos estos intentos fueron, por supuesto, infructuosos. Ocho kilómetros de espesor no se rompen tan fácilmente y, para que los cetáceos salieran de la mortal trampa, se requería abrir un sendero hacia el mar abierto. Hay que situarnos en el contexto de la época para entender la trascendencia de la situación. 1) Hoy en día, con las redes sociales, es cosa común denunciar un problema y exigir su solución. De hecho, antes de la Web 2.0 ya podíamos hablar de una importante interacción social y acceso inmediato a la información, pues a veces olvidamos el cambio que representó Internet. Así que recordemos lo que era entonces una noticia importante, reporteada por periodistas de todo el mundo en el lugar de los hechos, llegando a los principales titulares y "abriendo" los noticieros. Sólo atrayendo la atención mundial se logró acción. Y esas ballenas no hubieran sobrevivido sin ayuda humana. Es el poder de la prensa demostrado en una vivencia concreta. 2) Más acostumbrados todavía estamos a vivir la globalización. ¿Alguien recuerda que lo que era adquirir ciertos productos en el México anterior al TLC? En aquellos días, el mundo tenía más marcadas sus fronteras. Los problemas tenían nacionalidad; hoy, los problemas son de la humanidad. Es un enorme progreso social que pocas veces ponderamos. En aquel entonces, Rusia y EU eran las grandes potencias que se disputaban el mundo, cuando el socialismo ya mostraba visos de derrota ante el aplastante sistema capitalista. Unir fuerzas era un evento sin precedentes. Y lo hicieron. 3) Las presiones políticas y mediáticas, enmarcadas en el álgido movimiento ambientalista que había comenzado en la soñadora década de los 60 y que para los 80 se encontraba en apogeo. Debemos diferenciar entre el ambientalismo actual, más tendiente al diálogo y negociación que busca cambios legislativos que permeen en la transformación del escenario natural, de las manifestaciones ecologistas cuasi hippies, intolerantes que fueron sin embargo importantes al representar un parteaguas, el precedente necesario. ¿En qué consistieron esas presiones políticas y mediáticas? Resulta que una activista de Greenpeace, al enterarse de la problemática por medio de un reportaje transmitido en cadena nacional (en EU), se acercó a la clase gobernante (congresistas, el gobernador de Alaska) para solicitar inmediata solución al problema. Al ser ignorada, acudió entonces con un importante empresario petrolero, el magnate J. W. McGrew, debido a que contaba con las maquinarias necesarias. Pero éste también se negó a prestar la ayuda solicitada por Rachel Kramer, con quien ya tenía una historia de confrontación debido a los constantes derrames petroleros que ella denunciaba. Así, pues, a Rachel se le ocurrió convocar a la prensa para hablar del nulo apoyo y el destino fatal de los cetáceos. Venían las elecciones y Ronald Reagan buscaba impulsar a George Bush (padre). El petrolero, en una época de conciencia ambiental donde comenzaba la presión social al respecto, debía dar su brazo a torcer. Todo se conjugó a favor de Fred, Wilma y Bam-Bam. Ronald Reagan se doblegó. Una llamada a Mijail Gorbachov (estamos en 1988) y todo cambió. Luego de esfuerzos infructuosos de los rompehielos estadounidenses, Rusia y su tecnología se impusieron. No tardaría mucho la desintegración de la Unión Soviética, el 26 de diciembre de 1991. Para mí, este fenómeno fue insospechadamente trascendente en el mundo. Por desgracia, Bam-Bam no tuvo suerte en la espera.

sábado, 20 de abril de 2013

Entorno Verde GCM No. 3

Increíblemente, la reutilización de residuos sólidos, antes la manera más común de contribuir a la economía familiar, ahora no es nada común en las familias promedio de cualquier pueblo mexicano. Bueno, sin generalizar tanto, veracruzano. Admitámoslo, se ha vuelto algo "snob". Y es que en los pueblos apenas se están sintiendo cómodos con el "usar y tirar" que en las ciudades parece ya ir de salida. Por eso, hay que reenseñar. Como ciudadanos comunes, todos tenemos algo que reaprender de los usos y costumbres de nuestros abuelos. Desde las recetas caseras para el mal olor, por ejemplo, hasta la manera de optimizar nuestros recursos asequibles. Esta edición del cómic me encantó. Escribí el guión pensando que tal vez no habría tanta tela de dónde cortar en cuanto a recibir la Navidad con reciclaje, y me encontré que hasta me faltaron páginas porque ideas hay y muchas. Y no precisamente limitándonos a "decoración de interiores", "manualidades", cosas femeninas. Por eso, el papá y el hijo varón se involucraron. Tenemos que ayudar a romper esquemas, en la medida de nuestro alcance.

Bolsos sustentables

¿Recuerdan aquella efectivísima campaña de Greenpeace contra Mattel por la explotación poco sustentable en Indonesia para producir las cajas de las muñecas Barbie? http://www.youtube.com/watch?v=kO_zpLUOEMg Desde entonces, las empresas comenzaron a ser más cautelosas con sus modos de producción. No digo que Barbie fuera directa y exclusivamente el detonador, puesto que para ese momento ya tenía muchos años el tema ambiental en el ojo del huracán; sin embargo, fue una prueba contundente de lo que el marketing puede lograr. Ahora, con las redes sociales tan efervescentes, como un movimiento social anónimo (ojalá realmente pudieran lograr más), las compañías no pueden ugnorar los efectos de un buen posicionamiento, el cual sólo se logra con buenas prácticas. Gucci es la última firma en anunciar al mundo, orgullosa y ambiciosamente también, el lanzamiento de sus bolsos de "cuero sostenible certificado de la Amazonia". En su comunicado, se jactan del beneficio social que representa para los productores locales al tiempo en que se realiza una preservación de recursos mediante adecuados planes de explotación. Y es que, a estas alturas, qué empresa no querría "entrar a la moda" y no por la moda ecológica misma (creo que eso ya hace mucho rato se superó) sino porque ya es una obligación. En serio, las firmas más importantes, líderes, deben sentar un ejemplo. Son aquellas a las que más se audita, más se señala, más se exige. Y las firmas medianas, las que vienen detrás, si quieren alcanzar un mayor éxito, no tienen otro camino que avanzar hacia el rumbo sustentable. Es el progreso. Es la nueva forma de hacer negocios, de hacer relaciones públicas, de hacer lo adecuado por el simple hecho de cumplir con las normas nacionales e internacionales de las instancias encargadas de regular que los procesos productivos conlleven los menores impactos. Quien no se ha subido al tren, se puede quedar.

Extinción de las especies

Antes de examinar las extinciones causadas por el ser humano, hay que considerar que la gran mayoría de las extinciones que han ocurrido en la historia de la Tierra no tienen nada que ver con la gente. Estas extinciones masivas previas fueron causadas por enormes catástrofes naturales: los geólogos dicen que ha habido cinco extinciones masivas previas causadas por súper volcanes, asteroides gigantes, el cambio masivo del clima en todo el mundo, etc. El número de géneros aniquilado en estas extinciones en masa ha sido muy grande. Como sabemos, un género es una clasificación más grande que una especie. Así, por ejemplo, el género Canis incluye perros, lobos, coyotes, dingos. En algunos de estos eventos más de un 30% de los géneros fueron eliminados. ¿Estamos viendo algo de una magnitud similar en la actualidad? Los seres humanos han incidido en cambios de ecosistemas y en extinciones durante decenas de miles de años. Ya desde los primeros humanos había tecnologías para transformar un paisaje, como lo es el fuego, herramientas de piedra, jabalinas, incluso arcos y flechas Foto: Escuelapedia.com Los animales extinguidos de Australia en la prehistoria incluyen desde algunos canguros hasta incluso un león marsupial. Algunos dicen que fue el cambio climático, pero el tiempo entre la llegada de los seres humanos en el continente de Australia y las extinciones crea una pausa. Parece que llegaron al mismo tiempo. En Madagascar, cuando los humanos emigraron de África a la isla hubo una clara reducción de especies de mamíferos. ¿Estamos actualmente en una sexta extinción masiva? La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, dice que la tasa de extinción actual es entre 1,000 y 10,000 veces superior a la tasa natural, porque estamos viendo una pérdida significativa de hábitat. Pero ni siquiera sabemos cuántas especies existen en el mundo hoy, por lo que muchos desestiman estas cifras y las consideran alarmistas. Sabemos que el desarrollo (urbano, económico) puede conducir a la extinción, y esto por desgracia ha estado ocurriendo durante mucho tiempo. En particular, los trópicos, donde casi la mitad de todos los bosques del mundo se encuentran, están viendo la deforestación significativa en las últimas décadas. Ahora mismo es un promedio de alrededor de 7 millones de hectáreas por año, lo cual es un ritmo insostenible. El futuro cambio climático podría alterar significativamente los ecosistemas de todo el mundo y esto sí es una amenaza.

sábado, 13 de abril de 2013

Entorno Verde GCM No. 2

El segundo número del cómic ambiental comunitario ya está aquí. En esta edición, damos continuidad al tema de los diferentes tipos de energía (en el número anterior se habló de las no renovables y ahora se explica a los niños de qué se tratan las renovables). ¡Que lo disfruten!